Emigras, y las razones no vienen a cuento; lo cierto es que dejas todo el bagaje de tu vida y tus mayores afectos para instalarte en un entorno ajeno a ti, el cual te brinda una “mejor calidad de vida” (indistintamente de lo que consideres calidad de vida).
Con suerte has llegado a un lugar de habla de tu propia lengua y, si es así, al inicio intentarás copiar el acento de ese lugar (desastrosamente, he de decirte), caso contrario, espero que hayas aprendido con anterioridad ese idioma extranjero. El asunto es que debes comenzar a adaptarte: probarás nuevas comidas, adecuarás tu vestuario, quizá tengas que soportar temperaturas antes inimaginadas, estudiar el mercado laboral a fin de encontrar un trabajo, elegir vivienda, etc. Pero ese proceso no es más que un “break” mental, una abstracción mezclada de novedad y esperanza que te permite en un primer momento desconectar de aquello que has dejado atrás.
Pero los días van pasando y también transcurren los meses y ya debes enfrentarte a la realidad, una vez más sumido en la monotonía cotidiana, tu cerebro menos exaltado, tu vida un poco más parecida a la de los nacionales de tu nuevo país y… ¡momentos de soledad! Entonces buscas refugio en una llamada a la familia, algunos whatsapp a los amigos, WhatsApp e Instagram también valen: gracias a la tecnología podemos reconectar con “lo nuestro”, y allí llega el punto de vivir en dos mundos.
Y ¿qué significa vivir en dos mundos? Es un proceso intangible, imperceptible donde tu maravilloso cerebro divide sus funciones para hacerte técnicamente funcional en tus roles actuales mientras recrea situaciones relacionadas con tus recuerdos y con la información que recibes desde tu país de origen; significa que tu corazón siente un amor infinito por tu patria y percibe que tú estás siendo infiel y te castiga aferrándose al amor ausente; significa que tu cuerpo no quiere levantarse para ir a trabajar y hasta puede cambiar de kilos, hacia arriba o hacia abajo, como reacción a ese proceso de vivir en dos mundos. En el peor de los casos puede sumirte en una depresión y en el mejor subsistirás con altos niveles de angustia e inestabilidad.
¿Entonces debes regresar a tu país sin intentarlo?, ¿debes quedarte y olvidar tus raíces? ¿debes sucumbir a la tristeza y convertirte en un fracasado? ¡No! Solo tienes que aplicar un ejercicio de administración. ¿Que tú eres de letras y los números se te dan fatal? ¡jajajaja! No se trata de eso. Se trata de administrar tus circunstancias.
En primer término, después de haber alabado la tecnología, creo que una buena recomendación es limitarla porque también está llena de bulos y malas noticias, entonces sé selectivo: infórmate sin envenenarte; igualmente es recomendable alejarse de círculos de personas, tus coterráneos , que se han enganchado en la queja, la tristeza y la nostalgia; estúdiate en tus capacidades y habilidades, si no tienes la posibilidad de continuar en las actividades que has desarrollado en tu país de origen, seguramente de ellas se desprenden otras tantas habilidades que te permitirán resurgir; las nuevas amistades que has hecho no van a sustituir a aquellas de toda la vida, pero son los nexos que te permitirán integrarte mejor y abrirte nuevas puertas; y finalmente, echa mano de lo que tu cultura te ha brindado para hacerte único y especial, eso producirá cambios en tu entorno. Se trata de hacerte una vida sana donde quiera que te encuentres.
No cortes tus raíces, utilízalas para que crezca un nuevo árbol, robusto, junto a cuya sombra puedas cobijarte y otros puedan encontrar apoyo.